De modo que aquella mañana, con la cantinela de la última farra en sus oídos,
enfiló hacia la Plaza y, al ir a encender su pitillo se le escapó entre los dedos
yendo a dar al pequeño riachuelo del agua de un canalón, desapareciendo por la alcantarilla antes de que pudiera inclinarse a por él, ¡le reventaban los días de lluvia!
- ¡Leche, así no hay forma de fumar!
- ¡Y todas las colillas de hoy, mojadas!
Sus pies tropiezan con algo liviano, una pistolita de agua
¡cómo si no tuviera ya bastante de agua!
Apoyado en una columna, soportando que el repiqueteo de la lluvia haga bailar sus neuronas empapadas en vino de garrafa, juguetea con la pistola de agua, toda linda de plástico gris ella, con su taponcito y todo; ignorante de la importancia que tendrá en su vida el puñetero juguete de plástico.
Y para terminarla de joder ¡Feria Filatélica en “su” Plaza! Doble agobio, y ¿cómo había surgido todo ese tinglao sin enterarse de nada? . . .
Dando un traspiés, se internó en la selva de mirones, no sin antes lanzar su grito de guerra:
-¡Guate, aquí hay tomate!, como en el anuncio de la tele, y disponiéndose a pasar un rato de guasa.
Según se acercaba, la de la minifalda que atendía el stand del Banco de Bilbao se iba convirtiendo más en minifalda y menos en persona, así que apretando los cuatro dientes que le quedaban, y tratando de no perder el equilibirio, gritó al tiempo que sacaba del poncho sus manos, y en la derecha la pistolita:
-¡La bolsa o la vida! ¡O el talego de la comida!
Quiso la mala fortuna que el chorro de agua que salió por la pistola fuera a caer en el uniforme del guarda de seguridad que (¡cómo verlo ante tan largas piernas de mujer!) estaba hablando con la señorita.
La verdadera broma se la gastó al juez cuando, preguntado qué hubiera hecho si le llegan a dar los cuatro millones de pesetas que había en el stand, ni corto ni perezoso contestó:
-¿Qué hubiera hecho cualquiera? ¡Pues tomarme unas cañas con los amiguetes!
Dicho lo cual, partió para la cárcel de Carabanchel, que entonces era todo un poema, para cumplir la Segunda Medida de la “Gandula” (Ley de Vagos y Maleantes, concretamente)
a mayores de la causa pendiente con el Banco.
Y es que el amigo Morta aborrecía los días lluviosos, siempre se le habían hecho insufribles, y desde entonces, si hubo algo que le jodiera más que los días lluviosos, eso eran los sellos.{*}
{*}Antonio Lopez Alba, Carantoñas -inédito-